domingo, 25 de septiembre de 2005

Sueños tangerinos, vol. 3



Afortunadamente, el tercer día en Berbería transcurrió por mas tranquilos y fructíferos derroteros. Hemos llegado a una conclusión, es importantísimo beber un brebaje especial para poder amoldarte. Es el leben, una especie de leche fermentada que venden en tetrabrik y todo.

Ya nos pasó la vez anterior y en esta se cumplió. El sábado por la noche, para resarcirnos de tanto mal sabor de boca, fuimos a un bonito supermercado y además de saquearlo de cuantos manjares exóticos encontramos, nos endosamos un cartón de leben con sabor de platano. Entraba rico, fresquito y nos calmó la angustia existencial. Y en efecto, nos despertamos con mejor sabor de boca.

En el desayuno actuamos como lobos en manada, coordinando las acciones para saquear el buffet y propinarnos un desayuno digno de reyes en el exilio. Recogimos la habitación y dejamos las maletas en la consigna del hotel, donde quedaron custodiadas bajo el sofisticado método de marcar con tiza el número de la habitación...

No muy convencidos nos lanzamos al último ataque sobre Tánger. Primero fuimos al puerto donde recogimos los billetes de vuelta. Juanito se puso melón porque no entendía los billetes en francés donde "allée" es ida y "retour" es vuelta, y el pensaba que indicaba las horas salida y llegada y que nos metían en otro barco. No fue así, como tranquilamente le explicaron y yo le traduje, pero el no se quedó muy convencido.

Saliendo del puerto pudimos ver una bonita muestra de represión a la marroquí. Tres policías, cada uno con un uniforme distinto -hay cinco cuerpos policiales en Marruecos- estaban dándole de patadas a cuatro chavales, arrinconaditos contra un muro. Supusimos que se había intentado colar en algun camión de los que esperan embarcar...

Intentando olvidar el desagradable suceso, volvimos a la sucia medina de Tánger. Era tan temprano por la mañana que no nos asaltó ningún falso guia. De hecho, todo ese día nos dejaron realmente tranquilos. Era como si ya no llevaramos el aura de "turista". De hecho a lo largo del día en dos ocasiones dos chavales se me dirigieron a preguntarme algo en árabe. Se ve que mi barba, mi moreno de barco y mi pose distinguida les hacía confundirme con un aristócrata nativo ...

En la Casa de la Buena Suerte

Andurreamos por los distintos mercadillos y bazares, sin detenernos en ninguno, ya que íbamos con una idea fija: Dar-el-Barakka, el precioso bazar de antigüedades que visitamos la otra vez y que nos dejó totalmente anonadados. Aunque tenía en mente las cosas que quería comprar, no tenía muy claro que fuera hacerlo allí, ya que todo tenía pinta de "soy muy caro, suéñame". Pero entramos. Entre los nervios y el calor -hacía una mañana bochornosa- la reacción al entrar en la tienda fue de tremenda sudada, y los tranquilos dependientes tuvieron la cortesía de no abordarnos hasta que se me pasó el ataque transpiratorio.

Una diminuta replaceta donde el domingo -dia de mercado- se agolpaban los vendedores ambulantes de verduras, daba paso al bazar. Dar-el-Barakka, literalmente la casa de la magia, o de la buena suerte, es una básicamente una amplia nave cuadrada bajo un precioso techo de madera, donde mas o menos amontonados y peor o mejor ordenados puedes encontrar toda clases de preciosidades. Aunque algunas hay, no ves ahí las tipicas fruslerías casi hechas en serie que encuentras en todos los demás bazares - y a ambos lados del Estrecho: no están las tipicas lamparas de piel teñida, ni los tipicos bolsitos de marroquinería, ni las tipicas alfombras, ni los tipicos caftanes. Todo es -o tiene- la apariencia de antiguo, de haber sido rescatado de viejas casas. El polvo y las telarañas terminan por confirmarlo.

Hay muchas lamparas y adornos con cierto regusto decadente occidentalizado que corroboran esta afirmación, con un innegable influjo modernista y art-déco. Tánger vivió momentos mejores hace muchas décadas, cuando fue ciudad internacional y las piezas de Dar-el-Barakka eran testigo de ese pasado esplendor como encruzijada mundial. Unos magníficos portalones esperando a quien tenga una casa para incrustarselos nos dejaron boquiabiertos: algunos de madera labrada, otros celados por preciosas vidrieras.

Y luego vimos las alfombras y los haiti. El dependiente empezó a abrirnos y desplegarnos preciosidades, pero lo mejor eran las alfombras de pared o haiti, de la cual había una larguísima de color azul. Estas alfombras suelen estar formadas por varias franjas verticales, totalmente modulares para poder añadir o quitar segun la longitud de la pared que se quiera cubrir, y el motivo de cada franja (llamada hoha -traducido, melocotón) se va repitiendo. Siempre había querido uno de esos tapices alfombra, pero hasta la fecha los que había visto en teterías y demás, eran bastante simplones y de colores planos -además que casi todos iguales. Pero el motivo de este haití era una maravilla: tres florones sucesivos, que detenidamente escenificaban los tres estadios de una planta, creciendo, floreciendo, fructificando... Todo esto enmarcado dentro de un exquisito arco de herradura labrado vegetalmente. Encontramos hoha sueltos con el mismo motivo en otros colores, en rojo y en negro. Pero el haiti azul estaba formado por diez hoha. Y el suave desteñido de los colores indicaba su antigüedad así como su calidad, todo el tejido tenía unos preciosos brillos de seda. En fin, que me enamoré perdidamente...

A Juan le gustó otro hoha, también azul que había suelto. Yo buscaba unos apliques de pared de forja y encontre unos preciosos, de bronce, muy labrados, con forma de loto, y gruesos cristales de colores. Ví también una bonita estantería-cornisa de rincón, negra, pintada a mano en bonitos naranjas y rojos. Desheché la idea de comprar alfombras -ya que el señor Mefi me las destrozaría con afición por bordarlas con sus garritas de depredador aficionado, pero una bonita alfombrilla negra, blanca y dorada también nos dejó cautivados. Bueno, el caso es que empezó la negociación y dejé a Juanito que se desfogara...

El hombre parecía empeñado en que nos llevaramos el haití ¿estaría maldito? :Op Y si bien al principio dijo que cada hoha valía 300 dirhems cada uno, lo cual hacía que el haiti sólo valiera más de 300 euros! Algo que no me podía permitir según mi conciencia ahorrativa malamente implantada, -aunque una preciosidad como esa aquí puede valer mucho mas. Como nos parecía muy caro... el dependiente acudió a su jefe y este dijo que nos hacía mucho mejor precio porque eramos ¡¡¡¡clientes habituales!!!! Joer, como coló eso de que ya habíamos venido otras veces... El caso es que entre tiras y aflojas -y Juanito se quedó con ganas de cabrearles mas- nos llevamos el haiti, el hoha suelto, la alfombra negra, los dos apliques de pared, la estantería rinconera por trescientos euros. Como no me aceptó la tarjeta y no llevaba suelto, me fui a un cajero y a la vuelta Juan había negociado un poco mas, nos llevaban la compra al hotel por 5 euros mas y además había conseguido un farol de forja -bastante grandecito- como nuevo regalo extra.

Cuando llegué y le pagué, hubo un momentillo de tensión del que mi mente, ajena a las sofisticaciones del dinero, intentó no dilucidar nada. Entre las equivalencias del cambio -que esta gente siempre hace oscilar de un lado a otro segun les conviene, y que quería volver a negociar el precio de la propina que había que pagar al negro que les ayudaba en la tienda para que nos llevara los trastos al hotel -eran un mogollón. El caso es que Juanito salió victorioso y todo salió según lo acordado. Nos despidieron con mucha ceremonia, el negro salió disparado y le perdimos de vista y nosotros, decidimos no emparanoyarnos sobre el destino final de nuestra compra y continuamos callejeando por el mercado.

Camellos pasteleros

Otro de nuestros propósitos era traernos un auténtico cargamento de pastelitos morunos y por ahorrarnos unas pelillas en vez de ir a la "cara" pastelería del viernes, acudimos a uno de los multiples puestos callejeros, -aunque mucho mas rusticos y caseros, similares a los que suelo comprar en las tiendecitas de aquí, pero con mucha mas variedad. Me dirigí al pastelero en mi francés amnésico -mas olvidado que otra cosa-, pero enseguida detectó que eramos españoles y en castellano se nos dirigió -la mayor parte de la gente de cierta edad, hablan castellano con bastante fluidez, herencia de los tiempos del protectorado, y mantenida por el activo comercio con Ceuta y la Península.

El kilo valía 200 dirhem ¡2 euritos de nada! Bueno el caso es que cogimos medio kilo de 8 tipos diferentes de pasteles y esto arrojó un peso de 4 kilos! Cargados con la bolsas y la abrumadoras muestras de gratitud del pastelero, nos fuimos. Unos abueletes sentados en una tiendecita cercana nos saludaron y nos dijeron si queríamos tomar un té con ellos. Yo me sentí tentado pero Juanito no les hizo ni caso y seguimos el camino ya de vuelta al hotel. Dos cosas nos preocupaban, que estuvieran nuestras compras alli y que nos fuera posible pasar la aduana con semejante alijo de pastelería nativa.

Orgía pescatera

En el hotel, descargamos la compra y comprobamos aliviados que habían llevado los fardos -los cuales esperaban en la conserjería. Mucho mas ligeros y tranquilos, nos fuimos de nuevo a callejear. Era temprano, sobre la 1 del mediodía y aunque ibamos superando el desfase horario, aun era muy pronto para comer. No obstante ya nos propusimos cambiar y probar suerte en otro restaurante pescadero, y nos atrevimos en uno en el mismo paseo marítimo que siempre que habíamos pasado por al lado, estaba llenito de gente. Como la terraza ya estaba copada nos metimos en el salon interior, el cual estaba bastante guarrete -al estilo de allí. Tenian una amplia carta con pescados distintos, pero no nos aventuramos y pedimos directamente la fritura para dos personas, y si nos quedabamos con hambre, ya cogíamos algun platito suelto. El precio era sensiblemente menor que en el que estuvimos el primer día, así que nos temimos raciones mas pequeñas.

Bueno, cuando apareció el hombre con aquella gigantesca bandeja de pescado, rebosante de gambas, coquetamente dispuestas a modo de orla... en fin, nos estábamos con la duda de si trajo una bandeja para 3, pero luego vimos el monstruo que le llevó a una mesa de cuatro sentada cerca y corroboramos que no se había equivocado. Le sacamos unas fotitos antes de empezarla, porque la bandeja se lo merecía. El dueño que nos vió se lo tomó muy bien y nos sacó una coca-cola extra, indicando que "invitaba la casa" con un guiño. Así que nos lanzamos a devorar medio caladero marroquí. Estaba realmente fresco y bien hecho y nos pusimos, pues eso, como el quico. Rematamos la faena con uns teses y la cosa nos salió por unos 18 euros (entre los dos) es decir 9 euritos por barba (que incluía la fritada con sus patatas fritas, salsa de tomate, una ensalada para dos, cuatro colas y los dos teses, , ya ver dónde en España te pegas una comilona así por ese precio.

Así de contentos nos fuimos a dar una vueltecitas extra. Primero a otra tetería, para que el té mentolado terminara de digerir el pescado. Luego nos aventuramos por la parte moderna y residencial de Tanger, que poco difería de Alicante, por poner un ejemplo. Miramos escaparates y tiendas -e incluso nos metimos en una de alfombras y muebles marroquíes, donde vimos algunas preciosidades, aunque para mi gusto, todo demasiado, "barnizado". Nos hicimos luego otro té en un cafe donde la gente miraba un partido del Real Madrid conta el Málaga, después asaltamos por segunda vez el supermercado -llevándonos mas té, esencias para aromatizar comidas, especias, diferentes patés de desayuno (crema de limón, y una especie de mantequilla de cacahuetes/almendras bereber) etc

Nos llevaron al huerto, digooo al puerto

Nos fuimos para el hotel, esperamos un rato hasta que nos llevaron a nosotros y nuestro cargamento al puerto. El conserje del hotel, que era un cashondo, le gastó la jugarreta a Juan de que hacía falta un recibo para recojer lo puesto en la consigna... Juan ya estaba a punto de lanzarsele al cuello, cuando ví en los ojos del recepcionista que estaba de pura coña.

Yendo para el puerto, en la misma entrada, junto al puesto policial, vimos como un chaval se colaba encima de una camioneta bajo los paquetes cargados en la baca, delante de las narices de la policía. No le vieron. No se cómo le iría.

Luego la paranoia del embarque, los controles minuciosos de pasaporte a los marroquíes que embarcan que retrasan las colas hasta la exasperación. Afortunadamente el ferry no nos admitió hasta una hora después y salió aun más tarde. De no ser por eso, lo hubieramos perdido mientras hacíamos la cola.

Subimos al ferry y de nuevo nos fuimos a la cubierta superior, al aire. Mientras esperábamos, nos hicimos unas cuantas fotos moñas esponsorizadas por Martini, del que en la cabecera podeis ver una bonita muestra.

Tras hora y pico de espera el barco zarpó y el relente nos hizo abrigarnos -yo me puse una discreta sudadera naranja butano que me prestó Juan. Nos abrigamos un poquito más y dos horas mas tarde partimos. Fue una travesía bonita, viendo el mar de noche, con las luces de la costa a ambos lados. Aunque las pastillas para el mareo me hicieron dormitar buena parte del viaje.

Y así llegamos a Algeciras, cerca de la 1 de la madrugada hora española. Pasamos el cargamento sacaroso sin dificultad y una horita mas tarde ya estábamos en la camita. Así terminó nuestra segunda experiencia Marroquí, durmiendo para despertar del sueño tangerino.

3 comentarios:

Lord Edgar R. Crossbower dijo...

Madre del amor hermoso, que nuestra señora la Virgen de la Teta al Hombro nos coja confesados. ¡¡Vaya pinta de julandrón, rediós!!
Pero bueno, que es muy bonita el afoto ésta, sí señor.
¿Meterás más chicha del viaje, verdad? Que nos hace muncha ilusión saber más aventuras tuyas y del zahorí cabezabuqueescuela.
Besos para los dos.

El Nigromante dijo...

Dí que si, JULANDRONA'S POWER!

El segador de Ideas dijo...

Ni soy zanahoria ni mi cabeza es mas grande de lo normal....aunq depende de a que cabeza te refieras :O)