La Cora o Provincia de Santaver o Santavería, constituye una entidad político-administrativa que se corresponde a su vez con una entidad geográfica y cultural mucho más antigua. Su propio nombre es la arabización de Caeltiberia y equivale con total exactitud con el antiguo Conventus Caeltiberiae de época de Diocleciano (siglo IV d.C.) Este a su vez se relaciona con la amplia región de la Celtiberia Exterior, donde habitaron los primeros pueblos celtiberos asimilados por Roma. La administración eclesiástica a su vez, se adaptará a la civil, y las tres diócesis primitivas de Celtiberia –las correspondientes a sus tres principales ciudades, Ercávica, Segóbriga y Valeria, encajarán perfectamente tanto dentro de los límites del antiguo conventus, como de la cora musulmana posterior.
El asentamiento musulmán en Hispania no introdujo grandes novedades en la administración, ya que los nuevos invasores optaron por entenderse, a través de pactos, con los representantes de la población hispanogoda, respetando sus costumbres, tanto en lo referente a al organización administrativa como a las cantidades de impuestos a satisfacer. Estos pactos se avalan por la certeza de no existir apenas confrontaciones armadas en la extensa jurisdicción toledana que presuponen la perduración de las circunscripciones político- administrativas. Así pues, nos encontramos ante una entidad geográfico-política cuyo origen se remonta a la Edad del Hierro, mil quinientos años atrás.
La Cora de Santaveria incluye por su parte nororiental, el nacimiento del río Tajo –junto al castillo de su nombre y “en la montaña de al-Farrira”; teniendo por frontera el foso del río Turia hasta Tirwal (Teruel) y, continuando por la depresión del río Jiloca para alcanzar Qalamusa (Calamocha, Zaragoza), desde aquí, hacia occidente se entregaba en Mulina (Molina, Guadalajara) para encontrarse con el río Tajo y sirviendo su cauce por efectiva frontera a lo largo de su trayecto noroccidental, hasta un determinado punto entre el castillo de Welid al N. y el monte toledano de Awkaniya (Ocaña, Toledo) al S. Desde Hisn Welid, dilatábanse sus confines por una despoblada región al S. de Uclés que, alcanzando el río Júcar, conformaba sus límites en el foso jucariano hasta su confluencia con el Cabriel; y desde el Cabriel, por el río Magro, se alcanzaba nuevamente la depresión del río Turia.
Formación y evolucion
En su más remoto origen, la Celtiberia ha sido un territorio cambiante, y para intentar abordar su delimitación geográfica, tendremos que tener una visión conjunta de la Céltica hispana, mucho más amplia que la Celtiberia. Se trata sobre todo de delimitar un ámbito geográfico, pero sobre todo etno-cultural, que la diferencian de otros pueblos con el mismo patrón étnico. Bajo el término “celtíbero” suele hacerse referencia a las tribus celtas o celtizadas de la Península Ibérica, así como a los idiomas que estos grupos hablaban. También se usa para referirse al más definido grupo de las tribus de la Cordillera Ibérica, que los romanos consideraban mezcla de celtas e íberos, diferenciándose así de sus vecinos, tanto de los celtas de la meseta como de los íberos de la costa.
A juzgar por el registro arqueológico, los celtas llegaron a la Península Ibérica en el siglo XIII a.C. con la gran expansión de los pueblos de la Cultura de los Campos de Urnas, ocupando entonces la región noreste y el valle del Ebro. En el siglo VII a.C. durante la Cultura de Hallstatt se expanden por amplias zonas de la Meseta y Portugal, llegando algunos grupos a Galicia. Sin embargo, tras la fundación griega de Massallia (actual Marsella), los íberos vuelven a ocupar, el valle medio del Ebro y el noreste peninsular a los celtas, dando pie a nuevos establecimientos griegos (Ampurias). Los celtas de la Península quedaron así desconectados de sus parientes continentales, de manera que ni la cultura celta de La Tène ni el fenómeno religioso del druidismo les llegarían nunca. Los celtas hispánicos tendrían a partir de ese momento una evolución cultural diferente, fuertemente vinculada a su vecino, el mundo ibérico, a su vez conectada con las altas culturas del Mediterráneo –la fenicia, la griega.
Estos celtas iberizados, son los Celtíberos de los que nos hablan fundamentalmente las fuentes clásicas y en concreción a los que habitaron los valles en torno la Cordillera Ibérica (Alto Duero, Alto Tajo, Alto Jucar, Alto Turia, Jalón) y extendiéndose poblando los flancos orientales de la Meseta al N y al S. Constituían un conglomerado de tribus, cuya nómina completa es imposible recuperar, pero de la que nos han llegado los nombres de arevacos, belos, titos, pelendones, lusones, turboletas, olcades y lobetanos, desconociéndose hasta que punto algunos de estos pueblos son de origen celta o bien indígenas celtizados, así como definir los límites y territorios exactos que ocuparon cada uno de estos pueblos, ya que las fuentes clásicas son vagas, y a menudo, contradictorias.
La cultura celta en la Península Ibérica llegará a su final con la conquista romana, a las que las tribus celtiberas se opusieron. Ante los límites confusos y cambiantes de los celtiberos como pueblo en sí, los romanos tratarán de establecer unos límites concisos y definidos. La primera hace referencia a la división de la Gran Celtiberia en Citerior y Ulterior, correspondiéndose –no con las primitivas provincias de la Hispania conquistada, sino con el momento en que esa región fue subyugada por Roma. Así, el área de la Celtiberia original – la Cordillera Ibérica al S del río Tajo y el área oriental de la Meseta Sur formaría la Celtiberia Citerior u Exterior, asimilada por Roma durante la campaña de Tiberio Sempronio Graco en el 179 a.C. La Celtiberia que se mantendría independiente hasta la destrucción de Numancia, -el área de la Cordillera Ibérica al N del Tajo y el el área oriental de la Meseta Norte (Alto Duero) formarían la Celtiberia Ulterior o Interior.
A partir del 133 a.C., al término de las Guerras lusitanas y numantinas, que supusieron el control definitivo por parte de Roma del interior peninsular, ambas Celtiberias quedan integradas en la provincia de Hispania Citerior, si bien, la reorganización provincial de Augusto una vez completada la conquista de toda la península en el 38 a.C., las hará recaer en circunscripciones distintas. Dentro de la provincia Tarraconense –el nuevo nombre para la provincia Citerior, se establecerán diversos conventi o distritos, que repartirán el extenso territorio tarraconense. La Celtiberia Interior quedará repartida entre el Conventus Cluniacense -con capital en Clunia (Burgos)-, y el Conventus Caesaraugustanus; mientras que la Celtiberia Exterior se integrará totalmente dentro del amplísimo Conventus Carthaginense. Así, la celtiberia de la meseta norte, se vinculará al conventus de la meseta norte –el cluniacense-, la celtiberia del valle del Jalón (tributario del Ebro), al convento zaragozano, y la celtiberia Turia y Júcar, al convento cartaginés, con el valle alto del Tajo como divisoria entre las tres.
La reorganización de las provincias del emperador Diocleciano, entre el 293 y el 297 d.C. vino a consagrar la separación del gran Conventus Carthaginense de la provincia Tarraconense, constituyendo una provincia con entidad propia. La nueva provincia Carthaginense, cuyos limites apenas cambiarían, se articula con nuevos conventi, y, a su vez, seguiría conteniendo la Celtiberia Citerior, y los términos de sus tres principales ciudades: Ercávica, Segóbriga y Valeria conformarían un nuevo conventus, el Conventus Caeltiberiae. Muy relacionado con él quedaría el Conventus Carpetaniae o Toletani, y ambos constituirían las regiones más remotas de la nueva provincia.
Pero estamos en el crítico momento del siglo III. El imperio romano ha entrado en un serio declive, producto de la transformación de sus estructuras sociales y económicas. Las ciudades languidecen como centros vitales, pasando el testigo a las residencias rurales de la nobleza, las villae, donde sus propietarios se retiran a vivir permanentemente y que constituirán los nuevos núcleos de actividad social y económica. En el siglo IV esta transformación esta plenamente desarrollada y las ciudades vendrán a cumplir ahora una nueva función: ser cabezas de la flamante administración eclesiástica.
En el 376, el emperador Teodosio oficializa la religión cristiana para todo el Imperio. Ésa ya de por sí, se había difundido fundamentalmente por las ciudades –constituyendo el campo (pagus) el área donde las gentes seguirán sus creencias ancestrales, vestidas con un cierto aire de romanidad. La nueva administración eclesiástica al oficializarse, se adapta como a un guante a la organización civil imperial, así cada núcleo con rango de ciudad será la cabeza de un obispado, y el obispo de la capital de una provincia, tendrá la primacía sobre todos los obispos de su provincia, son los episcopi metropolitani, archiepiscopi o arzobispos.
Las fuentes nos hablan de la existencia de tres obispados en Celtiberia: Ercávica –el más importante y el único que perdurará tras la conquista musulmana-, Segóbriga y Valeria. Ya en época visigoda, se sabe que sus obispos asisten regularmente a los Concilios Toledanos. De época visigoda es el documento del rey Wamba que establece o fija los límites de los obispados de Hispania. Los correspondientes a los obispados celtibéricos coinciden plenamente con los de la antigua Celtiberia Citerior y serán la base de la futura Cora de Santaver.
Los visigodos mantuvieron la administración territorial que heredaron de los romanos: la Hispania que ellos gobernaban estaba constituida por las provincias Tarraconense y Cartaginense (así como la Galia Narbonense) en un principio; luego expulsarían la Bética y la Lusitana a los vándalos y suevos. El emperador de Oriente, Justiniano, en el siglo VI, aprovechando las continuas disensiones del estado visigodo logró apoderarse de la costa mediterránea de las provincias Cartaginense y Betica, así como la Balearica y la Mauritania Tingitania –tradicionalmente vinculada a Hispania también. Los esfuerzos de los reyes visigodos serán acabar con el reino de los suevos del Noroeste –recuperando la Gallaecia-, someter a los astures, cantabros y vascones del N y expulsar a su vez a los invasores bizantinos del S. Todas estas tareas no se verían completadas casi hasta el final del reino visigodo (siglo VIII) y supusieron obligados cambios en la organización militar de las provincias hispánicas, y esto es especialmente manifiesto en la provincia Carthaginense.
La propia capital de la provincia, Cartago Nova, estaba en manos bizantinas, y además, la capital del reino visigodo Toletum, dependía eclesiásticamente de Cartago. La provincia cartaginense en manos visigodas sufriría una reestructuración: la capitalidad cambiaría ahora a Toledo, y su obispo sería ascendido al rango de arzobispo al que además, se le daría la primacía sobre todos los obispos de Hispania. Las ciudades visigodas eran gobernadas por los obispos en el ámbito civil y por condes en el militar. Pero las provincias esta dualidad se mantenía, ascendida a los rangos de arzobispos y duques. El antiguo conventus de Caeltiberia era ahora un territorio fronterizo frente a los bizantinos, el cual requería de una organización militar diferente. Así, el conventus adquiriría en lo militar categoría provincial y el conde de Ercávica sería ascendido al rango de dux. Similares transformaciones se producen en Hispania cuando el antiguo conventus Canthabricum es transformado en provincia bajo el mando de un dux que hostigue a astures, suevos y vascones.
Y esta es la situación que se encuentran los invasores musulmanes en el 711. Tras la batalla de Guadalete en la que muere el propio rey don Rodrigo, los bereberes al mando de Tariq obtienen la rendición pactada de la capital, Toledo. Desde allí, serían enviadas expediciones de reconocimiento a toda la jurisdicción toledana que se dirigirían a las capitales militares. Así se presentó el cuerpo expedicionario en Ercávica cuyo nombre oficial -Potens et Nobilísima Civitas Ercávica Caput Caeltiberiae- debió constituir una auténtica tortura para estas gentes de habla bereber totalmente agenas al uso y pronunciación del latín. Así, tomaron el último término como el nombre de la ciudad Caeltiberiae y lo transformaron como Shantaberyya o simplemente Santaver. Las autoridades de la provincia pactaron con los invasores y obtuvieron amplios márgenes de autonomía civil y religiosa dentro del nuevo marco. Esto se traduciría en el mantenimiento de los límites del antiguo conventus/provincia para la nueva cora musulmana.
Cuando Al-Andalus se convierte en estado independiente en el 756 con la instalación de la dinastía omeya, se procede a la organización mas efectiva de un territorio que ahora es soberano y que ya tenía unos límites estables y definidos (al S de los Pirineos y de la depresión del Duero) Así, desde entonces el estado omeya se organizará en seis grandes circunscripciones, tres nucleares y tres fronterizas, todas con sus respectivas coras. Las nucleares –el área mas urbanizada y rica, correspondiente a Andalucía y la costa eran las tierras del Oeste (al-Garb) –Huelva y Sur de Portugal) las tierras del Centro (al-Mawsat) –los valles del Guadalquivir y Genil- y las tierras del Este (al-Sharq) -la costa mediterránea-. Al norte quedaban las demarcaciones o circunscripciones fronterizas, cuya dirección ostentaba una autoridad militar (qa’id), son las marcas de frontera o thugur (plural de thagr) y también tenemos tres, al occidente la marca Inferior, con capital en Badajoz; en el centro, la Marca Media con capital en Toledo –aunque en época de Almanzor se desplazará a Medinaceli (Soria), para hostigar y amenazar mejor a los reinos cristianos; al Noreste, la Marca Superior, con capital en Zaragoza. Curiosamente serán estas tres entidades fronterizas, en manos de poderosos señores de la guerra, las que mas frecuentemente se alzarán contra el poder cordobés, viviendo largos periodos de práctica independencia.
De hecho, la propia Santaver atravesará momentos de total autonomía respecto a Córdoba, ante la continua sublevación de sus jefes bereberes. La familia de los Banu Zennun conseguirá hacer vitalicio y hereditario el cargo de wali o gobernador en el 873. Destaca la figura de Musa Ibn Zennun que gobernó prácticamente como un soberano independiente e incluso se hizo con el poder en Toledo, durante algunos años. Su hijo Yahya llevará su autonomía al maximo exponente, con la desgracia de coincidir esta con el fortalecimiento del poder cordobés, en la figura del ahora califa, Abd al-Rahman III, el cual someterá Santaver y acabará con Yahya en el 933. Desde entonces y hasta el final del califato, los gobernadores de Santaver serán funcionarios electos de Córdoba.
La cora de Santaver quedará así circunscripta dentro de la Marca Media, manteniéndose los estrechos lazos que la unían con Toledo. La capitalidad de esta variará, desde la Shantaverya (Ercávica) original, a Uklís (Uclés), capital de Musa Ibn Zennun, Walma (Huélamo) sede de su hijo Yahya, al-Qannit (Cañete) –capital en época califal y finalmente Qunka (Cuenca), fundada por al-Mansur en el 999. Los Banu Zennun mantendrán latente su poder, al mantenerse en la ciudad de Wabda (Huete) aunque sin atreverse a desafiar al poderoso califato.
Los tradicionales vínculos con Toledo reforzarán tras la caida del Califato, cuando Toledo se convierta en un reino independiente –uno de los más poderosos de al-Andalus, y la mayoría de la Cora de Santaver se integre dentro del reino de Toledo –con la excepción de los distritos de al-Sahla y al-Bunt que constituirán por si mismos dos minúsculos reinos taifas en las montañas. Y esto se deberá a que los dueños efectivos de la mayor parte de Santaver –de nuevo, los Banu Zennun, que por aquel tiempo habían arabizado su nombre a Banu Dhu-l-Nun-, se hicieron con el poder de Toledo, controlando la ciudad, su cora correspondiente y sumando a ella los territorios de Santaver bajo su mando directo.
No será hasta fecha reciente, en el 1085 en que Santaver se deslinde de Toledo. La pésima política del rey Yahya II al-Qadir ibn Dhu-l-Nun llevó a una delicadísima situación interna y externa, solucionada con una serie de negociaciones con su único aliado y valedor, el rey Alfonso VI de León y Castilla. Cedió a éste el reino de Toledo, junto su circunscripción entera y las plazas santaverianas de Mulina y Suritta, obteniendo de éste a cambio la corona de Valencia. Así fue como la santaver de los Banu Dhu-l-Nun pasó a vincularse al Sharq al-Andalus, al convertirse su último cabecilla en rey de Valencia. Los almorávides acabarían por borrar esta dinastía y las reinantes en Albarracin y Alpuente, pero la Cora, a pesar de esto, no perdió su personalidad.
Hace tan sólo veinticinco años, aprovechando la debacle del estado almorávide, se produjo un nuevo movimiento político en al-Andalus. Frente a los almorávides, Saïf al-Dawla, el último representante de la dinastía zaragozana de los Ibn Hud –antiguos señores de la Marca Superior y del reino Taifa de Zaragoza) obtiene de Alfonso VII la plaza de Suritta (Zorita de los Canes) desde la que se hace de nuevo con el control de toda Santaver. Establece una inteligente política de pactos con las elites andalusíes que buscan la independencia de los almorávides y acaba constituyéndose un poderoso estado andalusí en el Sharq, al unirse en una sólida coalición los antiguos reinos de Valencia, Murcia, Denia y Jaén. A este conglomerado se sumará la cora de Santaver.
Este nuevo estado, tendrá en la figura del caudillo muladí Muhammad Ibn Mardanish, el Rey Lobo, el adalid de al-Andalus frente a la nueva oleada invasora que proviene de África, los almohades, que después de hacer sucumbir el imperio almorávide en África, buscan incorporar de nuevo al-Ándalus al nuevo imperio de Marrakech. El Rey Lobo, un fiero señor de la guerra cuya principal fuerza son las tropas de mercenarios cristianos, ha establecido fuertes pactos de alianza con Castilla, pero a costa de concesiones territoriales, precisamente en la zona de su territorio limítrofe con Castilla: Santaver. Primero, los acuerdos con el el emperador Alfonso VII en 1150 supusieron la entrega de Uclés. Con los representantes de su nieto –el rey menor Alfonso VIII negoció un nuevo tratado de ayuda que a su vez supuso la pérdida de Huete, en 1157. Los avatares entre el Rey Lobo y sus mercenarios, el rey Alfonso VIII y los almohades, serán los encargados de escribir el último capítulo de la Cora de Santaver.